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domingo, 1 de agosto de 2010

La bolita mágica (3)

FÚTBOL ESCATOLÓGICO
Por Diego Alonso Sánchez Sánchez
Confieso que nunca me ha gustado como arquero Agustín Julio, ni siquiera cuando fue figura de la selección Colombia. Y la razón fundamental es que siempre me ha parecido que Julio es el principal payaso del circo en el que se ha convertido el fútbol de nuestro país. Para la muestra un botón, lo último que hizo en el partido frente al Tuluá, “la tapa del congolo”, como diría cualquier sardino de hoy.

Según me contaron, porque no veo un partido del Santafé para no tener que aguantarme las payasadas de Julio, dizque el arquero hizo parar durante cuatro minutos el encuentro frente al Tuluá para ir al baño porque tenía una necesidad urgente. Ahí está pintado el cartagenero, primero se tira al suelo fingiendo una falta, después va a buscar el balón que está más lejos de la cancha o lo ubica tres y cuatro veces antes de patearlo, y ahora sale con una cagada para quemar tiempo.

No sé si en verdad tenía problemas estomacales o se los inventó pero sí me parece que lo sucedido es evidencia de lo folclóricos que somos los colombianos, hasta para la práctica de un deporte como el fútbol. Si estaba enfermo, pues tenía que irse del partido y punto, y así lo debió ordenar el juez del encuentro. Una cosa es fingir una lesión en la cancha y otra muy diferente es abandonar el terreno de juego para ir al baño. Qué vergüenza.

Claro que Agustín no es el único payaso del circo. En su gran mayoría, los jugadores de los equipos colombianos viven fingiendo faltas y tratando de engañar a los jueces para que les piten faltas inexistentes. Es costumbre, en cualquier partido del rentado colombiano, ver jugadores que se tiran en el área sin que nadie los toque, o simular codazos y patadas, o revolcarse en el suelo apenas medio sienten la presencia de uno de sus rivales en la espalda, al mejor estilo de protagonistas de novela. Podría decirse que de esa lista no se escapa nadie, ni jugadores de la talla de los dos Giovannis, Moreno y Hernández, ni delanteros como Palmira Salazar, Felipe Pardo, Carlos Rentería…

El problema es que no se han dado cuenta de que ellos mismos están acabando con el espectáculo y, de paso, con su propia estabilidad económica. Las tres primeras fechas del campeonato han mostrado una notable disminución de la asistencia a los estadios, y aunque esa es la constante de los últimos años en Colombia, contra lo que algunos creen, estoy convencido de que muchos hinchas se han alejado de las tribunas no sólo por la precaria situación económica, porque los transmiten por televisión o por las denominadas barras bravas, sino además por la pobreza del espectáculo. Porque es más el tiempo que los jugadores se la pasan tirados en el suelo fingiendo cualquier cosa, o alegando con los pusilánimes árbitros, que tratando de jugar en serio al fútbol.

Así es que no nos extrañe si, en medio de estadios vacíos en los que se destaque sólo la presencia de policías y periodistas, de ahora en adelante comiencen a aparecer en medio de los partidos de la Liga Postobón todo tipo de diarreas, vómitos, mareos, meadas atrancadas o dolores en el pelo. Parece ser que en el fútbol colombiano, como en la guerra o el amor, todo se vale. ¡Qué cagada!

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