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domingo, 3 de octubre de 2010

El baloncesto me salvó (fragmento autobiográfico -2-)

Por Jhon Jaime Osorio

Sin exagerar, puedo afirmar que al Marco Fidel Suárez llegué sin motricidad fina. Extre los excesivos cuidados de mi madre, los mimos permanentes de mi abuela y las clases de educación física de doña Regina, la misma señora de tacones altos que también nos daba matemáticas y sociales en el Colegio Agustiniano se perdió mi formación física básica.  Yo era un muchacho flaco, sin elasticidad, sin ningún trabajo específico de fuerza o petencia, con poca coordinación y un etado físico pobre, cuyass únicas experiencias atléticas eran las carreras de huída a la policía antimotín y los viajes colgado de la puerta en las busetas de Aranjuez.

En el Marco Fidel, el baloncesto me salvó de perder la única materia que me parecía difícil en el bachillerato: la eduación física. En aquella época, cada año se aprendía un deporte. Gimnasia en primero, natación en segundo, atletismo en tercero, baloncesto en cuarto, voleibol en quinto y fútbol en sexto antes de graduarse. La gimnasia era muy básica, se hacían circuitos en el teatro saltando burritos y dando rollos sobre el cuerpo, más conocidos como "vuelta canelas". Yo me frenaba antes del burro (hoy se le llama caballete) y a la hora de hacer los rollos me iba para los lados. Los dos primeros bimestres, la perdí. Afortunadamente, mi metro con 80 centímetros a los 11 años de edad, le llamaron la atención a Guillermo Londoño, el entrenador de baloncesto del colegio que me vio en un recreo y me invitó a un entrenamiento.

Con "Memo" entendí la importancia de tener unos centímetros más que los de la propia generación. Él mismo fue quien nos explicó que por estar con un seleccionado del colegio, a los jugadores los eximían de ir a clase de educación física, siempre y cuando no fatáramos a los entrenamientos diarios.

Mi torpeza era excesiva. en mi primer año, fui el "bobo grande" que todo equipo de baloncesto debe tener. Guillermo me tuvo mucha paciencia y yo le supe agradecer con mucha voluntad. ambas cosas, paciencia y voluntad, llenaron mi cuerpo de muchos de los faltantes del trabajo físico básico de la edad escolar.

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